Crítica a Sherlock Holmes

jueves, 21 de enero de 2010 |



La vida de este Sherlock Holmes es estimulante, variada y prolítica, aunque apócrifa respecto al original. El sentido del humor, la no muy elaborada conspiración masónica y la relación homosexual son los hechos más saltantes de la película
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La versión del director Guy Ritchie, más conocido por haber sido esposo de Madonna, se ajusta a los cánones de la intriga holmesiana; es decir, a una trama que debe ser desentrañada por la deducción y sagacidad del detective más famoso en la historia de la literatura. Revivir a Holmes en una era de gran progreso cientítico es complicado pues muchos de los adelantos de la Época Victoriana (llamada así por el largo reinado de la reina Victoria, 1837-1901) nos parecen comunes e incluso superados por la modernidad nuestro tiempo.

Hoy en día nadie se sorprendería con el uso de un arma paralizante, de esas que emiten desgargas eléctricas, pues las vemos en aeropuertos, oficinas bancarias, dependencias estatales, terminales terrestres, etc. Cientos de agentes de seguridad las portan en sus cinturones o las llevan en la mano; pero a mediados o finales del siglo XIX, período en el que se desarrolla la historia, la aparición de ese dispositivo maravilla a quienes -incluido el propio Holmes- comienzan a familiarizarse con las inmensas posibilidades de la electricidad.

El escenario de la película no podía ser otro que Londres, capital del otrora Imperio Británico, antigua cima cultural y tecnológica de la humanidad. El progeso rebosa en sus calles alumbradas con gas incandescente. Aunque turbia y oscura, Londres es el epicentro de las aventuras y peripecias de Sherlock Holmes y su inseparable Dr. Watson. Holmes se mueve transversalmente dentro de los distintos estratos de la sociedad victoriana. A pesar de reunirse con los hombres más poderosos de su tiempo, cenar en lujosos restaurantes y frecuentar habitaciones de hoteles imponentes, el detective privado acude a los bajos fondos en busca de pistas, información y peleas. La lucha que practica Holmes para demostrar su valentía, ganar un poco de dinero y romper con la monotonía, comprende varias técnicas de combate que van desde el boxeo y las artes marciales hasta el sabate (combate callejero francés).

Cada golpe certero de Holmes es guiado por su pensamiento analítico. Nuestro personaje no ataca por azar a su oponente de turno, sino que calcula, premeditadamente, la letalidad de sus puñetes, patadas, codazos, etc. La acción se ralentiza a menudo para escuchar la voz en of de Holmes, quien narra paso a paso la manera en que elucubra su razonamiento para derrotar a su rival. Durante cada encuentro el detective realiza un diagnóstico pormenorizado del daño que es capaz de infligir y el tiempo de recuperación física y mental del malhechor. Tal vez ése sea el mayor atributo de la cinta, pues nos permite ingresar al cerebro de Holmes (a su fascinante proceso de elaboración de ideas).

El 'playback' es utilizado como un recurso narrativo que ayuda a esclarecer algunas situaciones (misterios) y enriquece nuestra apreciación del personaje principal. En ningún momento se abusa de esta técnica aunque algunas veces desorienta al espectador por su rapidez.

El Sherlock Holmes de Ritchie conserva aspectos fundamentales del de Conan Doyle, creador del cerebral justiciero londinense. Los rasgos de los que hablamos son la erudición, la capacidad deductiva, la adicción al opio, la angustia existencial, la inteligencia, la extravancia (tocar el violín a las tres de la madrugada), entres otras particularidades. Lo novedoso en la interpretación de Robert Downey Jr., quien encarna al sesudo investigador, es su caótica vida privada (el Holmes original es mucho más limpio y refinado que su versión cinematográfica), su carácter profundamente melancólico y depresivo y el dominio de artes marciales.

Este Sherlock Holmes es presentado como un héroe de acción 'difícil de matar' como muchos que poblaron la cartelera mundial durante los 80 y 90 del siglo pasado. Este Holmes es intrépido, salta edicifios y desciende al submundo de las cloacas. También es sumamente atrevido al momento de dar a conocer su opinión. No le preocupa ofender a sus interlocutores a si sean damas o caballeros importantes. Su aspecto desaliñado y poco dado a los buenos modales se opone radicalmente al Holmes que viste de manera impecable. El de la película no es alto ni tiene nariz aguileña. Y cambia el gorro de doble visera por un sombrero de felpa hurtado a un matón.

El Dr. John Watson, su fiel y leal compañero, es interpretado por un correcto Jude Law. Hay mucha química entre los dos actores. Se complementan muy bien, sobre todo en las escenas de lucha, donde ambos personajes parecen haber sido inspirados en 'El club de pelea', novela de Chuck Palahnuk, también llevada a la pantalla grande. Watson comparte piso con Holmes, pero piensa mudarse para vivir con su prometida. Esta decisión desagrada mucho a Holmes pues siente que no solo pierde a su mejor amigo, sino al hombre que posiblemente ama (la delicadeza con la que conversan sentados en una banca de concreto cuando son arrestados hace pensar a cualquier suspicaz espectador que hay algo más que pura amistad). Si bien no hay manifestaciones de afecto ni declaraciones amorosas, se deduce, sobre todo por el tono y las posturas afeminadas de Holmes, que por lo menos comparten un sentimiento platónico.

De otro lado, el protagonismo femenino en la película recae en Irene Adler (Rachel McAdams), la única persona que pudo vencer a Holmes (aunque en la cinta Holmes asegura que fueron un par de veces). Irene es escurridiza, atractiva, independiente y arriesgada. Posee el espíritu aventurero de Lara Croft, aunque no su deseo de justicia pues trabaja secretamente para el Profesor Moriarty, el archienemigo de Holmes. La relación entre Holmes e Irene parece condena, a pesar de que compartieron el lecho y más de una aventura en el pasado. Sólo se atraen porque representan un desafío mutuo (tratan resolver los enenigmas antes que el otro). Temen que su unión llegue a socavar la prodigiosa individualidad de cada uno.

La representación del mal es la parte más floja de toda la película, en la que sobresale el humor y el caracter irreverente de Holmes. Lord Blackwood, hijo de un viejo noble inglés, encabeza a una secta masónica que prepara un golpe contra el Parlamento, sede del poder británico. El director recurre a las conjuras de sociedades secretas -que en su momento popularizó el italiano Umberto Eco y revitalizó el norteamericano Dan Brown- para darle peso a su historia.

Blackwood es experto en magia negra y asegura poseer un poder sobreterrenal. Pero Holmes, con su astucia y sagacidad, desenereda la telaraña de pistas falsas que abundan en la obra. Para crear a Blackwood Ritchie debe haberse fijado en Hannibal Lecter, el psiquiatra asesino de 'El silencio de los incentes' (la escena de la celda cuando Blackwood recita un pasaje del 'Libro de las Revelaciones' frente a Holmes nos recuerda a las visitas de Clarice Sterling al pabellón donde purgaba Lecter), y posiblemente en Jack 'El destripador', quien desolló a prostitutas en la época victoriana.

La megalomanía y la ambición desmedida de Blackwood guarda mucha semejanza con Adolf Hitler, en quien Ritchie debe haberse inspirado pues en la cinta pregona que su imperio duraría mil años, los mismos que proclamaba el 'Fuhrer' al comenzar el Tercer Reich.










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